Cagar: el Mayor de los Placeres
Muchos están dispuestos a aseverar que comer o intentar traer niños al mundo (sin éxito, por supuesto), son los dos mayores placeres que ofrece la vida al ser humano. Pero yo discrepo. Tenemos algo más grande, un placer que no depende de factores externos, y que es personal, único y absolutamente relajante. Estoy hablando, obviamente, del placer de cagar.
A cagar no se aprende, puesto que nacemos sabiéndolo hacer y disfrutamos como unos puñeteros los primeros años de vida, en los que siempre hay alguien dispuesto a quitarte la mierda que ensucia el pañal. En esos momentos, el placer lo es por partida doble, puesto que primero nos cagamos y luego estamos calentitos hasta que alguien nos limpia. Lástima por el aroma, pero nada es perfecto.