Cagar: el Mayor de los Placeres

Muchos están dispuestos a aseverar que comer o intentar traer niños al mundo (sin éxito, por supuesto), son los dos mayores placeres que ofrece la vida al ser humano. Pero yo discrepo. Tenemos algo más grande, un placer que no depende de factores externos, y que es personal, único y absolutamente relajante. Estoy hablando, obviamente, del placer de cagar.

A cagar no se aprende, puesto que nacemos sabiéndolo hacer y disfrutamos como unos puñeteros los primeros años de vida, en los que siempre hay alguien dispuesto a quitarte la mierda que ensucia el pañal. En esos momentos, el placer lo es por partida doble, puesto que primero nos cagamos y luego estamos calentitos hasta que alguien nos limpia. Lástima por el aroma, pero nada es perfecto.

En otras materias, como el comer y el follar, es necesario un cierto aprendizaje para poder disfrutar en todo su esplendor. Además, tanto para el comer como para el follar necesitamos de agentes externos: la comida, en el caso del primero, y la pareja (gratis o de pago) en el caso del segundo, lo que plantea una inquietante variante en nuestro juego, que se ve acrecentada por lo mucho que nos guste lo que estemos comiendo o lo bien que lo haga la persona con la que estemos jodiendo. No obstante, como la mierda es inteligente, se presenta en diversas fases de consistencia, que provocan en nuestro quehacer diario todo un cúmulo de sorpresas, que van desde la sopa de tropezones hasta el turrón de Xixona, todo ello, por supuesto, en formato escatológico.

No obstante, la textura y dureza del mojón matutino (uno de los mejores momentos del día) puede controlarse con cierta antelación, ya que la combinación alimentaria de la cena de la noche anterior puede ser esencial para empezar el día con alegría o tener el esfínter más descontrolado que Pocholo o Leo Bassi en el desfile del Orgullo Gay. Es en esa defecación matutina cuando el mojón te predice qué tal te irá el día, obsequiándote tus tripas con una cagada de antología o con una desastrosa diarrea, aunque hay quien opina que la diarrea, el sentir que tu esfínter es como una fuente de la que sale un caldo que bien se podría aprovechar como salsa para las albóndigas en lata, es el mejor tipo de cagada a la que un ser humano puede optar.

Esos momentos que pasamos sentados en el trono, sintiéndonos reyes del mundo, expulsando moros de la Península sin patera ni nada, mirando al infinito, al libro, a la revista o al cómic de turno; sintiendo que nuestras tripas desalojan el caudal, el lastre que, en verdad, arrastra parte de nosotros consigo (sangre y fluidos)  hacia un viaje sin retorno, hacia un destierro con destino incierto, pero sabiéndose ella (nuestra mierda) un elemento productivo en este mundo, lleno de ella por doquier, y con ganas de más, son momentos que no se olvidan, que cada uno es independiente del otro.

Cagar es un placer, el mayor de los placeres, y hay que disfrutarlo.

Así que ¡Iros a cagar! 😆